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Ponele que los extraterrestres hicieron las pirámides. Puede ser, quien sabe.

Pero, si lo pensás un poco, una pirámide es una forma bastante básica, nada muy espectacular. Encima de cascotes, bastante desprolijo todo. Si, está bien, son grandes, pero para una civilización avanzada con tecnología de vanguardia eso no debería ser un reto.

Estaría impresionado si lo hubieran hecho un montón de tipos a mano, sin un solo enchufe. Eso sería un logro monumental. El costo es otro tema.

Así que estarían quedando solo dos opciones: o son una pelotudez inexplicable, o un recordatorio de lo inexplicablemente pelotudos que somos.



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¿Te das cuenta? Me voy un rato y se va todo a la mierda. No los puedo dejar solos.

Habíamos quedado en que pensar demasiado arruina la experiencia, pero demasiado poco tampoco es bueno. Siempre hay alguien dispuesto a pensar por vos, y ahí cagaste.

Y cagamos todos. Terminamos tapados de memes que nos ahorran la conclusión y encima son graciosos, lo que sería buenísimo si no corrieran el foco, diluyeran el sentido y lo arrastraran a la más desoladora intrascendencia en forma de catarsis.

Ya sé que quejarse de internet en un blog es como protestar contra la burocracia por fax, pero es lo que hay.

Pónganse las pilas. Último aviso.



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Saber poco es un problema, saber demasiado una maldición, saber solo lo suficiente, una pequeña tragedia.

El equilibrio no es una opción. Para lograr eso habría que definir el punto de apoyo, y no creo que haya uno solo.

La única que queda es aceptar o, si se puede, elegir dónde pararse y tratar de entender algo desde ahí, aunque sea insuficiente.

Y siempre es insuficiente.

Buenas noches.



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Ay, ay, malo Donald Trumpmalo, malo, caca.

Dejate de joder. Agarrar de punto a ese impresentable barnizado es salir del laberinto por arriba.

Aunque es verdad que funciona. Al lado de este señor somos todos el Che Guevara con la camiseta de Greenpeace donándole sangre a un refugiado libanés mientras acariciamos a un cachorro, salvamos una ballena y ya que estamos, a un inundado santafesino que justo era un taxista honesto que devolvió un montón de plata a un ingenuo pasajero que iba a pagar la costosa operación de un sobrinito que es fanático de All Boys, que nunca pudo salir campeón. Pobre pibe.

La cuestión es que esta paupérrima coincidencia hace parecer que estamos todos de acuerdo en algo. Y resulta que no, si repasamos los argumentos vamos a ver que las razones para odiarlo son las que desnudan las diferencias.

Entonces no queda otra que reconocer su sinceridad y coherencia, y aprovechar la ocasión para aclarar los tantos.

Gracias, Donald, por esta involuntaria e invaluable oportunidad.


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Ah, el amor, el amor… Una de esas cosas que no vale la pena explicar.

Sin embargo, en algún momento y sin que nadie lo demande, la explicación llega sola. Ponerle palabras a esa mezcla de efusión hormonal, fantasía romántica y necesidad de afecto es inevitable.

Pasada la etapa inicial de pasión desenfrenada la razón pide pista, y generalmente aterriza acompañada de la duda. Y como sabiamente dijo Aldo Rico, la duda es la jactancia de los intelectuales, así que habrá que resolver el dilema con las herramientas que tenemos: hormonas, fantasía y necesidad.

Y que sea lo que sea. Pero que sea.



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La idea de cambiar para seguir siendo el mismo no es ninguna novedad. El barco de Teseo, el río de Heráclito y la casita de Tucumán no me dejan mentir.

Cuando las circunstancias te mandan a la banquina no queda otra que maniobrar para mantener el rumbo, y la única manera de hacer que las cosas sigan más o menos igual es ir mutando. A menudo se confunde con evolución, pero eso implicaría una mejora en algún aspecto, algo que no siempre sucede.

En general se trata de mantener las cosas como estaban haciendo que los cambios sean imperceptibles, negando el proceso. Lo resistimos porque asumir que podríamos ser otro no es fácil. Eso explica el alto valor social de conceptos tan ambiguos y abstractos como “ideales” y “coherencia”.

En mi nueva vida voy a ser yo. Pero, como dice Nacho, ahora no.




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Escucha con atención, pequeño saltamontes: si continúas insistiendo en considerar éxito y fracaso como absolutos opuestos nunca llegarás a entender qué fue lo que sucedió al final del viaje, dónde erraste el camino, cual tren bala te llevó puesto mientras estabas agachado contemplando esa flor de loto.

Debes saber que si decides pintar meticulosamente la cerca del jardín difícilmente logres darle una segunda mano a la piecita del fondo. Porque cada logro implica una pérdida, en cada elección algo se resigna.

Recuerda que esa tabla que orgullosamente rompes de una patada voladora es reflejo de tu superación, pero también un poco menos de machimbre para tu cielorraso.

Escoge sabiamente.


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Ya establecimos (acá) que la actualidad es una trampa, así que no vamos a cometer el error de sacar conclusiones sobre acontecimientos corrientes.

Lo que no podemos evitar es que cualquier cosa que se diga sea entendida como un comentario indirecto sobre el presente inmediato. Eso pasa porque para ser medianamente funcionales necesitamos entender qué está pasando ahora.

Entonces caemos en otra trampa, la de la interpretación.

Explicamos la crisis energética con una cita de Oscar Wilde, comparamos un piquete en la 9 de Julio con la batalla de Stalingrado y terminamos evaluando un comentario de Santo Biasatti como si el tipo fuera la reencarnación de Sócrates (el griego, no el brasilero).

La razón se mezcla con el pensamiento mágico para formar un engrudo de fe, deseos y convicciones que tapa momentáneamente la gotera pero no para la lluvia.

Mientras tanto, como decía el filósofo Mártin Wullich, una nueva hora comienza.
Y nos lleva puestos.



57

Si hay que ir, vamos. Cuenten conmigo.

Me mudé tantas veces que una más no hace diferencia. Marte me parece bien.

Aunque, si me permiten, la única objeción que tengo es que ya pasamos por esto y vimos como resultó. Cada conquista de un nuevo mundo dejó un tendal. No veo por qué esta vez vaya a ser diferente.

Ya sé que no soy indio, negro ni marciano, pero igual me preocupa un poco. Andá a saber a quién le toca esta vuelta.


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Lo más difícil es saber cuál es la distancia justa. De lejos se pierde el detalle, de cerca desaparece el contexto. Todo lo que vemos y creemos está condicionado por ese encuadre arbitrario.

Por ejemplo, nadie va a discutir que al lavarse los dientes hay que cerrar la canilla para no desperdiciar agua, pero si te alejás un poco se podría concluir que el desgaste que genera esa acción implica un desperdicio mayor: de tanto abrir y cerrar la canilla se rompe el cuerito, hay que ir a la ferretería, el ferretero le compra la mercadería a un distribuidor, que le tiene que poner gasoil a la camioneta para ir hasta la fábrica, donde el fabricante multiplica su fortuna porque además de ser un magnate de la industria del cuerito es propietario de la cadena de estaciones de servicio en la que carga combustible el distribuidor, y con parte de su patrimonio se compra una mansión en nordelta que tiene un exótico parque de 400 hectáreas que requiere riego permanente y gasta muchísima más agua que yo haciendo buches.

Hay muchas formas de leerlo, así que supongo que la distancia justa será la que mejor se ajuste a los intereses de cada uno.

Quizá sea hora de dejar la canilla abierta y alejarse un poco. A ver qué pasa. 



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La pregunta es ¿Se puede lograr algún tipo de elevación espiritual sin terminar cayendo en alguno de esos clichés infumables que no califican ni para slogan de yogurth?

Si me apurás te digo que no, pero viste como soy yo, no me des mucha bola.

Lo bueno es que no hay ningún apuro, así que te lo desarrollo un poco: es muy probable que estés confundiendo revelación mística con intoxicación láctea.

Si ves una luz, andá. Seguramente sea de la heladera, pero no se pierde nada con probar.


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Ese es el problema de lo virtual, que no existe.

En realidad sí, pero no tanto. Uno sabe que está, que si se puede percibir es porque tiene algún tipo de entidad. Que no sea física no quiere decir que sea menos válida.

Pero igual flota la incertidumbre. Y cuando la duda se impone, cagaste.

La virtualidad es una utopía realizada, y como cualquier utopía, está destinada a fracasar.

Cuando el chotazo es analógico no hay tecla que lo frene.



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Disculpá que te lo diga así, pero tu obsesión con la puntualidad es un problema más grave de lo que parece.

Atrás de todo ese discurso de respeto, conciencia cívica y sarasa estás escondiendo una pulsión morbosa que busca poner en falta al otro para compensar falencias mucho más complejas que una simple falta cronométrica.

Tenés que entender que la precisión no es más que una ilusión práctica que puede servir para algunas cuestiones específicas, pero nunca como regla general. La exactitud es una quimera, y vos estás igual de lejos que yo.

Así que por favor no me rompas las bolas si te caigo un poco tarde y hablemos de lo que importa. Exactamente un rato.


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Entonces, ¿Qué nos enseña la historia?

Que si a David Copperfield se le hubieran visto los cables no se habría podido levantar a Claudia Schiffer.

Lo cual nos permite concluir que lo importante no es ser auténtico sino sostener el truco.

Aunque sabemos que estamos colgados con alambre, igual creemos que hay otros que flotan, y hasta llegamos a convencernos de que nosotros también podemos. Porque la diferencia entre ilusión y realidad desaparece si el truco es bueno.

Y el que duda, se cae.



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Si queremos sostener un tiempo más eso de que el arte sirve para algo tenemos que dejar de hacer algunas preguntas.

Nunca hay que mirar adentro de la empanada, mejor dejarse llevar y mantener el misterio, que es lo único que justifica todo este asunto.

Y vemos hasta donde tira.




50


Dicen que las ideas no se matan.
Puede ser. A mi me parece que la sentencia es materialmente acertada pero retóricamente discutible.

Lo que sí se puede matar, indiscutiblemente, es la carne portadora. Y una idea sin envase es como gas sin garrafa. Por lo tanto supongo que es posible llegar a matar una idea si se tiene la determinación y los recursos.

La cuestión es que parece que las ideas originales no son tan variadas, entonces hay altísimas probabilidades de que se repitan. Aún con años y kilómetros de distancia vuelven a aparecer, aleatorias, inconexas e implacables.

Más que de inmortalidad deberíamos hablar de reencarnación, que es más o menos lo mismo pero sin memoria.



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El deporte está muy bien, no tengo nada que objetar. Sigan así, corriendo, saltando, revoleando cosas lo más lejos posible y cagándose a patadas en pijama sin ningún pudor. Me parece fantástico que alguien pueda estructurar su vida alrededor de actividades tan maravillosamente inútiles y divertidas como esas. Y más todavía si el resto podemos disfrutarlas.

Lo único que se me complica un poco es eso de intentar hacerle creer al desprevenido que en realidad se trata de una representación de los más altos valores de la humanidad, que un gordo levantando arandelas gigantes es un símbolo del esfuerzo humano o que un flaco pedaleando en calzas es una metáfora de la superación de la especie.

Lo del  juego te lo acepto, el resto hablalo en terapia. Ya sabemos que nadie se rasca donde no le pica.

Y si igual querés insistir con las analogías, fijate que el que más cobra es el que gana, no el que más se esfuerza. Ahí si, como la vida misma.



48

















Ni un libro ni una película ni una canción te cambian la vida. Se me ocurren mil circunstancias infinitamente más determinantes que cualquiera de esas opciones.

Entiendo por qué preferís pensar que “El principito” marca un antes y un después en tu paso por este mundo, que “El padrino” es clave en tu formación moral y que “La ventanita del amor” configura un hito estético insuperable que dejará una huella imborrable no sólo en tu propia existencia sino en la de las futuras generaciones: porque si te agarrás de algo es más fácil cruzar el charco, y cualquier cosa medianamente firme que te quede a mano sirve.

Lo que te cambia la vida de verdad son las cosas jodidas, todo lo demás adorna la que ya tenías.

Que se le va a hacer.



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Astronauta: —Houston, tenemos un problema.

Houston: —¿Y ahora qué pasa?

Astronauta: —Es que desde acá arriba tenemos una nueva perspectiva y podemos apreciar la magnificencia de nuestro planeta y a la vez entender lo pequeño y solitario que resulta en medio del vasto universo, probablemente infinito, que nos permite vislumbrar la insignificante escala de la especie humana y nos hace replantear el sentido último de nuestras acciones, incluso de nuestras palabras.

Houston: —Es normal, tómese un evanol y se le pasa, están en el botiquín.

Astronauta: —Ah, ok, disculpe.

Houston: —No es nada, ahora por favor continúe con la misión.

Astronauta: —Chupame un huevo.



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No, no, al contrario, está muy bien. Sacar la sortija no tiene nada de malo. La gente te aplaude, te ganás otra vuelta y todos felices.

El único problema es que si te la pasás buscando eso y no disfrutás el paseo puede ser que al final te quedes sin chicha y sin limonada. O, en el mejor de los casos, que tengas que gastarte el premio en hacer lo mismo que podrías haber hecho la primera vez, antes y mejor.

La segunda vuelta siempre es un poco más amarga.