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No es fácil andar por la vida derrochando alegría y buena onda. Por eso la gente demasiado simpática merece, por lo menos, un reconocimiento al esfuerzo.

El problema es que el contacto con este tipo de individuos provoca un inevitable desconcierto sensorial. Es como cuando el sol pega de frente y al breve fastidio inicial le sigue una sensación agradable y nos entregamos asumiendo que la luz y el calor no pueden ser malos.

Pero en algún momento sucede, tarde o temprano. En ese instante preciso en que la sonrisa se transforma en mueca, la ilusión se torna insostenible, la duda se instala, la pupila se contrae y empezamos a prestar atención a lo que estaba en la sombra.

Es un asunto de apertura y exposición, una ecuación fotográfica: mucha luz en poco tiempo quema el rollo.



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Basta señores. Acabemos de una vez con esta farsa: es el huevo.

No hay forma de que primero aparezca una gallina. Un huevo es algo así como una célula gigante, por eso resulta mucho más probable que se haya desarrollado antes que un bicho completo con plumas y todo, que encima resultó ser un dinosaurio (ver post Nº 2).

Incluso los creacionistas deberían tener claro que a la hora de modelar arcilla lo más lógico es arrancar con figuras básicas. El huevo sale en la primera clase.

Ahora que dejamos claro este punto pasemos al debate profundo: ¿Pata o pechuga?.