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No se me ocurre otro ejemplo de una especie luchando permanentemente contra sus debilidades.

Parece que casi todo lo que deseamos, lo que el cuerpo pide y el inconsciente demanda está mal.

Claro que esto no pretende ser una apología del crimen, las adicciones, la agresión sexual, el exceso de sal en las comidas o cualquier otra conducta perjudicial o socialmente condenable. Sólo trato de señalar que lo único que evita que esas acciones se concreten es el esfuerzo constante que hacemos para controlar los impulsos básicos.

Supongo que esa debe ser la esencia humana, reprimir pulsiones.
La pucha.



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Tenemos que hacer algo urgente con la nomenclatura sexual. No puede ser que todavía estemos usando “fellatio” y “cunnilingus” para referirnos a prácticas que claramente demandan una denominación más acorde a su carácter lascivo y febril.

Incluso hay casos a la inversa: “colombofilia” por ejemplo suena a perversión rebuscada y resulta que se refiere -decepcionantemente- al adiestramiento de palomas .

Mi equipo de colaboradores (Karina) ha realizado un exhaustivo relevamiento y llegamos a una preselección que incluye a los siguientes candidatos: “Caterva”, “Glotis”, “Alcachofa”  y “Subterfugio”.

Obviamente son palabras que ya existen pero están mal aplicadas y se desperdicia su potencial erótico. Por eso mi humilde propuesta es hacer un enroque. Por ejemplo, que el cunnilingus pase a llamarse subterfugio y viceversa.

Todavía no elevamos la solicitud formal a la Real Academia, así que estamos a tiempo de recibir sugerencias. Mandá tu propuesta y ganá fabulosos premios.


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Las historias de superación suelen ser parecidas.

Nunca falta el momento revelador, el punto de inflexión en que se toma conciencia profunda y se inicia el camino de redención, algo que interpretamos como una señal milagrosa e inequívoca del destino.

Puede ser una casualidad, una desgracia o una boludez, pero aunque el lento y doloroso proceso de cambio haya consumido meses, años o incluso décadas, a los laureles siempre se los lleva esa excusa.

La ilusión de epifanía pura y absoluta compacta el extenso y oscuro período de duda, cobardía y debilidad en un instante místico y sublime. Borra el rastro de nuestras miserias y nos hace creer que de ahora en más vamos a ser mejor que antes.

Y así es como empezamos a mandarnos cagadas nuevas, lo que no es poco.




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Un hobby: ayudar a los necesitados. Un deseo: la paz mundial.

Parece que cuando nos toca decirle al mundo qué queremos somos todos la reina de la primavera dando el discurso arriba de un banquito mágico que eleva nuestra estatura moral.

Y resulta que la moral siempre está más arriba que el culo porque se trata de cómo deberían ser las cosas, no sobre cómo son. Entonces es fácil: un par de enunciados indiscutibles y volvemos a la reconfortante indolencia de siempre sintiéndonos la reencarnación de Nelson Mandela.

La ética, en cambio, es puro ahora. No hay fórmula posible, exige una respuesta particular e inmediata para cada situación. Digamos que está al ras del piso, o mejor dicho, que es el piso donde rebotamos después de cada enunciado lleno de buenas intenciones que no podemos sostener con hechos. Y si encima estás arriba del banquito el golpe es más duro.

Si se pudieran ver los moretones seríamos todos color violeta.



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Madrugar no es mi fuerte, pero esa mañana estaba de buen humor. La temperatura era agradable y el sol pegaba de costado en la ventana que da a la calle, por eso la abrí.

Las persianas viejas son mañeras. La operación de desplegarlas por completo suele llevar unos minutos y hacer una serie de ruidos difíciles de ignorar, sin embargo la paqueta señora que estaba en la vereda a escasos centímetros de mi ventana no se inmutó. Siguió de espaldas como si nada mirando al pequeño perro hacer lo suyo. No pude ver su expresión en ese momento pero estoy seguro que era de orgullo.

Mi reacción fue espontánea y sincera: “Señora, por favor no haga cagar al perro acá”.

Su respuesta también: “¡Ay, que maleducado!”.

No recuerdo que pasó después. Sólo que la réplica ingeniosa se me ocurrió unos 20 minutos tarde mientras le cambiaba la yerba al mate. Tampoco la recuerdo. No importa.


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No es ninguna novedad que la propaganda -por favor evitemos el eufemismo “publicidad”- apela al morbo.

Lo que no termino de entender es la necesidad de humanizar mosquitos y cucarachas para inmediatamente aplicarles un castigo ejemplar en forma de aerosol.

Saber que la víctima tenía familia, amigos e incluso sentido del humor (suelen hacer chistes antes de morir) debería ser insoportable y desgarrador. Por el contrario, parece que conocer esos detalles hace más dulce la masacre.

Quizá si los viéramos en su forma natural el exterminio sería menos perturbador (son insectos, la empatía se complica) pero no, para que truene el escarmiento y la inversión en insecticida se justifique hay que mirarlos a los ojos, escuchar sus últimas palabras y recién ahí liquidarlos sin piedad.

En este punto sería fácil asumir que lo que vemos en pantalla es un síntoma de la sociedad, pero me parece una conclusión insuficiente, un poco pelotuda.

Otra no se me ocurre.


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Supongo que debe haber una explicación técnica, pero igual me parece que habría que tener un poco más de cuidado cuando se comunican estas cuestiones.

Si a mí me decís que la humedad ambiente es del 98% me empieza a faltar el aire y me imagino que estamos a un 2% de morir ahogados. El 100% de humedad es agua, no jodamos.

Lo que pasa es que con la manija que traemos se mezcla todo y terminamos con taquicardia cuando sólo deberíamos tener un leve dolor de sabañones.



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A ver si nos vamos poniendo de acuerdo porque así no se puede. Tras que la cuestión de género es un tema sensible y bastante complicado cada tanto aparece alguno que la enrosca un poco más y tenemos que volver a replantear cuestiones que parecían superadas.

La última es la de esta persona que se considera “agender”, o sea, sin género (link acá). Por mi todo bien, pero que alguien le avise que eso igual es una categoría. Una nueva que se define por la negación, pero sigue siendo una categoría.

Entiendo el deseo de no ser catalogado para evitar definiciones relacionadas a los genitales o a la preferencia sexual que arrastran prejuicios y reducen algo tan complejo como la identidad a una serie de estereotipos limitados e insuficientes. Pero algún nombre hay que ponerle. Elegilo vos y yo te sigo, no hay problema, pero si lo vas a andar cambiando a cada rato después no te ofendas si alguno se cansa y te termina diciendo puto.