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Ouroboros, samsara y otros conceptos milenarios que están ahí desde el principio de los tiempos para ilustrarnos y ayudar a que nuestro tránsito por la vida sea una espiral de virtud y no una repetición continua de errores e infortunios.
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Eso del auto que se maneja solo no va a andar.
No porque sea una mala idea, sino porque cuando se empiecen a estrolar no vamos a saber a quién echarle la culpa, las empresas de seguros colapsarán y todo el sistema social y financiero entrará en un vórtice de caos y confusión que llevará a la inevitable degradación de los valores morales más básicos sumiéndonos en una larga era de oscuridad y quebranto.
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Ya sé que el pibe del Hogar Betania que te enchufa la estampita a la fuerza es medio pesado, pero no hace falta revoleársela así ni ponerle esa cara de orto. Te hacés el poronga porque sabés que el subte es tu territorio, pero en un mano a mano no le durás ni un round.
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Sólo voy a señalar que en nuestro idioma ya tenemos algunos casos que se fueron desarrollando naturalmente, palabras que vienen inevitablemente juntas aunque insistamos en escribirlas separadas. Por ejemplo: mocosoinsolente, citadonosocomio o lareputisimamadrequeteremilparió.
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Alguien se va a ofender con esto, pero la verdad es que el machismo ya
no es lo que era.
Por suerte, claro. Tampoco digo que haya desaparecido, solo que fue
mutando. El machista ahora es culposo y se lo detecta cuando muestra la
hilacha, ya no te manda a lavar los platos con ese orgullo implacable del tipo
socialmente funcional que está sinceramente convencido de que las mujeres están
en una etapa evolutiva inferior a la de los hombres.
Lo del macho violento es otro tema, ahí pareciera funcionar al revés, lo
que mejora de un lado empeora por el otro, quizá como consecuencia de la propia
mutación que hace que la tensión entre la culpa y la presión social se resuelva
en violencia.
Para evitar esta paradoja deberían cambiar algunas estructuras
culturales y sociales, supongo que es cuestión de tiempo.
Mientras, veamos como nuestros Cachos Castañas interiores se van perdiendo en
la niebla. No es nostalgia, es la sensación de estar presenciando el derrumbe en
cámara lenta de un edificio enorme y obsoleto, o la extinción de una especie
indeseable.
Seguro debe haber una palabra en alemán para eso.
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Si algo nos distingue como especie es ese orgullo fatuo, la ilusión de que todo es posible porque somos el centro de nuestras vidas, porque tenemos control de todas nuestras decisiones.
Y nos deja claro que el centro no es una opción, siempre hay que elegir.
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¿Tenés que pagar el monotributo y hay mucha cola? No importa, te clavás una verde y el tiempo vuela. ¿Te toca ducharte último y queda medio litro de agua caliente en el termotanque? Tomate la azul que hace todo más lento y disfrutalo como si estuvieras en un spa.
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Nunca tuve muy claro para que servía exactamente esa palabra -coso- pero ahora se me hace evidente que era un concepto adelantado a su época y hasta que no apareció internet se estaba usando mal. Si, si, ya sé que hay otros usos: “el coso ese para cerrar la bolsita de la aspiradora” por ejemplo, que no tengo idea como se llama pero seguramente tiene un nombre (si no propongo llamarlo “cerrete”) pero que en todo caso no supone un desafío conceptual a la hora de aplicar la nomenclatura.
Con internet es distinto. Una cosa es la red como tal, el sistema de conexiones y nodos y todo eso, y otra muy diferente es lo que pasa ahí adentro. Eso vendría a ser el coso.
No sé, capaz que me equivoco. Fijensé.
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Resulta que viene el tipo, se sienta justo adelante y empieza a tirar el asiento para atrás todo lo que puede. Insiste más allá del límite lógico razonable que impone la circunstancia y el engranaje. No va que, una vez resignado a no lograr la horizontalidad absoluta, se pone a escribir en el celular inclinado hacia adelante, en contra de los principios más elementales de la física, la ley de gravedad y la kinesiología.
Supongo que la idea es aprovechar al máximo lo que ofrece el servicio, reclinación incluida. La contractura es el pequeño precio a pagar.
Viajé un poco incómodo, intentando decidir si alegrarme por su actitud rebelde o por su inminente tortícolis.