Si algo nos distingue como especie es ese orgullo fatuo, la ilusión de que todo es posible porque somos el centro de nuestras vidas, porque tenemos control de todas nuestras decisiones.
Miralo al pibe de la foto: un fenómeno. Audaz, decidido,
concentrado. La actitud perfecta, desafiante pero sereno. Confiado y seguro de sus
aptitudes deportivas y humanas, en un frágil pero potente equilibro. Incluso su aerodinámico peinado refleja la búsqueda de superación y trascendencia.
Hasta que un huevo rebelde rompe el hechizo y desarma toda
pretensión de simetría -esa falsa deidad que nos hace creer que hay un orden
absoluto e indiscutible- y nos enfrenta a nuestra inevitable banalidad terrena.
El bulto nos interpela, nos recuerda nuestra condición humana, imperfecta, impredecible y asimétrica.
Y nos deja claro que el centro no es una opción, siempre hay que elegir.
Y nos deja claro que el centro no es una opción, siempre hay que elegir.
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