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Ahora parece que hay una plaga de boludos que se la pasa hablando de “overthinking”, que en criollo vendría a ser “pensar demasiado”.

O sea que te están diciendo que no tenés que pensar mucho. Que es mejor dejar que las cosas fluyan, que te relajes, que el universo se ordena solo.

Andá a explicarle eso a Descartes o a Schopenhauer o a Claudio María Domínguez -que seguro te queda más a mano- y te puedo asegurar que volvés con un par de dientes menos.

Si alguien te pide que no pienses, seguro te va a cagar.

Pensalo.




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Si vas a meter los dedos en el enchufe después no me hables de mala suerte, y si te la pasás yendo a la vecindad y siempre te cruzás al Chavo tampoco me hables de casualidad porque es más o menos lo mismo.

La suerte, como la fe, es una superstición basada en la voluntad, en cambio la casualidad es algo excepcional pero estadísticamente probable. El problema es que si se repite y pierde su carácter inusual, pasa a ser otra cosa: una excusa que esconde una causa inconfesable, una forma socialmente aceptada de mentir.

La suerte no existe. ¿No te gusta? Mala suerte.


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“La lógica por fin se nos deshizo en la boca” me dijo Charly García antes de convertirse en muppet. Y yo quedé mirando el parlante como un boludo.

Cuando me di cuenta que tenía razón ya no importaba, porque justamente de eso se trata: tener razón ya no importa.

Por suerte o por desgracia, o por fin.


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Uno se vuelve conservador cuando tiene algo que conservar.

Y ahí se confunde estado de bienestar con acumulación de bienes, entonces la vieja idea de que llega un punto en el que dejás de tener cosas para que las cosas te tengan a vos se queda corta.

Porque cuando ves que las decisiones importantes quedan en mano de un montón de pelotudos que compraron cafeteras automáticas pero toman té en saquito porque las cápsulas cuestan un huevo te das cuenta que las que te tienen de rehén son las cosas de los demás.

Sin azúcar, gracias.



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“Lo más importante es que vos te sientas bien” me dijo.

Y casi le creí. Hasta que me di cuenta que si todos pensáramos eso nos transformaríamos en una sociedad de idiotas egoístas insensibles capaces de sacrificar todo con tal de obtener una satisfacción inmediata y efímera, aún cuando esa satisfacción signifique la desgracia ajena, incluso cuando esa misma desgracia sea fuente de satisfacción.

Ya me siento mejor, gracias.