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La pregunta es ¿Se puede lograr algún tipo de elevación espiritual sin terminar cayendo en alguno de esos clichés infumables que no califican ni para slogan de yogurth?

Si me apurás te digo que no, pero viste como soy yo, no me des mucha bola.

Lo bueno es que no hay ningún apuro, así que te lo desarrollo un poco: es muy probable que estés confundiendo revelación mística con intoxicación láctea.

Si ves una luz, andá. Seguramente sea de la heladera, pero no se pierde nada con probar.


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Ese es el problema de lo virtual, que no existe.

En realidad sí, pero no tanto. Uno sabe que está, que si se puede percibir es porque tiene algún tipo de entidad. Que no sea física no quiere decir que sea menos válida.

Pero igual flota la incertidumbre. Y cuando la duda se impone, cagaste.

La virtualidad es una utopía realizada, y como cualquier utopía, está destinada a fracasar.

Cuando el chotazo es analógico no hay tecla que lo frene.



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Disculpá que te lo diga así, pero tu obsesión con la puntualidad es un problema más grave de lo que parece.

Atrás de todo ese discurso de respeto, conciencia cívica y sarasa estás escondiendo una pulsión morbosa que busca poner en falta al otro para compensar falencias mucho más complejas que una simple falta cronométrica.

Tenés que entender que la precisión no es más que una ilusión práctica que puede servir para algunas cuestiones específicas, pero nunca como regla general. La exactitud es una quimera, y vos estás igual de lejos que yo.

Así que por favor no me rompas las bolas si te caigo un poco tarde y hablemos de lo que importa. Exactamente un rato.


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Entonces, ¿Qué nos enseña la historia?

Que si a David Copperfield se le hubieran visto los cables no se habría podido levantar a Claudia Schiffer.

Lo cual nos permite concluir que lo importante no es ser auténtico sino sostener el truco.

Aunque sabemos que estamos colgados con alambre, igual creemos que hay otros que flotan, y hasta llegamos a convencernos de que nosotros también podemos. Porque la diferencia entre ilusión y realidad desaparece si el truco es bueno.

Y el que duda, se cae.



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Si queremos sostener un tiempo más eso de que el arte sirve para algo tenemos que dejar de hacer algunas preguntas.

Nunca hay que mirar adentro de la empanada, mejor dejarse llevar y mantener el misterio, que es lo único que justifica todo este asunto.

Y vemos hasta donde tira.




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Dicen que las ideas no se matan.
Puede ser. A mi me parece que la sentencia es materialmente acertada pero retóricamente discutible.

Lo que sí se puede matar, indiscutiblemente, es la carne portadora. Y una idea sin envase es como gas sin garrafa. Por lo tanto supongo que es posible llegar a matar una idea si se tiene la determinación y los recursos.

La cuestión es que parece que las ideas originales no son tan variadas, entonces hay altísimas probabilidades de que se repitan. Aún con años y kilómetros de distancia vuelven a aparecer, aleatorias, inconexas e implacables.

Más que de inmortalidad deberíamos hablar de reencarnación, que es más o menos lo mismo pero sin memoria.



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El deporte está muy bien, no tengo nada que objetar. Sigan así, corriendo, saltando, revoleando cosas lo más lejos posible y cagándose a patadas en pijama sin ningún pudor. Me parece fantástico que alguien pueda estructurar su vida alrededor de actividades tan maravillosamente inútiles y divertidas como esas. Y más todavía si el resto podemos disfrutarlas.

Lo único que se me complica un poco es eso de intentar hacerle creer al desprevenido que en realidad se trata de una representación de los más altos valores de la humanidad, que un gordo levantando arandelas gigantes es un símbolo del esfuerzo humano o que un flaco pedaleando en calzas es una metáfora de la superación de la especie.

Lo del  juego te lo acepto, el resto hablalo en terapia. Ya sabemos que nadie se rasca donde no le pica.

Y si igual querés insistir con las analogías, fijate que el que más cobra es el que gana, no el que más se esfuerza. Ahí si, como la vida misma.



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Ni un libro ni una película ni una canción te cambian la vida. Se me ocurren mil circunstancias infinitamente más determinantes que cualquiera de esas opciones.

Entiendo por qué preferís pensar que “El principito” marca un antes y un después en tu paso por este mundo, que “El padrino” es clave en tu formación moral y que “La ventanita del amor” configura un hito estético insuperable que dejará una huella imborrable no sólo en tu propia existencia sino en la de las futuras generaciones: porque si te agarrás de algo es más fácil cruzar el charco, y cualquier cosa medianamente firme que te quede a mano sirve.

Lo que te cambia la vida de verdad son las cosas jodidas, todo lo demás adorna la que ya tenías.

Que se le va a hacer.



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Astronauta: —Houston, tenemos un problema.

Houston: —¿Y ahora qué pasa?

Astronauta: —Es que desde acá arriba tenemos una nueva perspectiva y podemos apreciar la magnificencia de nuestro planeta y a la vez entender lo pequeño y solitario que resulta en medio del vasto universo, probablemente infinito, que nos permite vislumbrar la insignificante escala de la especie humana y nos hace replantear el sentido último de nuestras acciones, incluso de nuestras palabras.

Houston: —Es normal, tómese un evanol y se le pasa, están en el botiquín.

Astronauta: —Ah, ok, disculpe.

Houston: —No es nada, ahora por favor continúe con la misión.

Astronauta: —Chupame un huevo.



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No, no, al contrario, está muy bien. Sacar la sortija no tiene nada de malo. La gente te aplaude, te ganás otra vuelta y todos felices.

El único problema es que si te la pasás buscando eso y no disfrutás el paseo puede ser que al final te quedes sin chicha y sin limonada. O, en el mejor de los casos, que tengas que gastarte el premio en hacer lo mismo que podrías haber hecho la primera vez, antes y mejor.

La segunda vuelta siempre es un poco más amarga.


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Dos cositas nomás:

Una: pretender ser el “más algo” del mundo no es una meta muy interesante, aún si ese “algo” es bueno. Partiendo de la base que alguien tiene que ocupar ese lugar indefectiblemente (no puede quedar vacante) podemos decir que es más o menos como sacar la sortija, un esfuerzo por ser protagonista de lo que ya sabemos que va a suceder, sólo que no sabemos a quién. Ni bueno ni malo, inevitable e intrascendente.

Dos: si te caés de una escalera es un accidente, si te empujan no. Mismo golpe, misma consecuencia; otra historia, otras palabras.

Eso es todo. Buenas tardes, y que gane el mejor.


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Si lo entendemos como el derecho a recibir un reconocimiento, el concepto de mérito implica algún tipo de logro, y desde este humilde espacio de reflexión afirmamos (yo) que solo hay dos tipos bien diferenciados de logro y, por extensión, de mérito.

Existe el logro absoluto y el logro relativo. El mérito obtenido es proporcional a cada uno.

Por ejemplo, todo lo expuesto en este blog probablemente se haya dicho antes y mejor, por lo cual esta serie de textos e imágenes es un logro relativo de dudoso mérito. Si en algún momento llego a embocar alguna idea original estaríamos frente a un logro absoluto de mérito enorme.

Es la diferencia entre inventar la rueda y cambiar el auto.

El problema es que es fácil confundirse.


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Si es verdad que la valía de un hombre se mide por el calibre de sus enemigos yo estoy al horno.

Sé que últimamente le hice saber a más de uno mi opinión sincera -que no era necesariamente complaciente- pero creo que el hecho de exponer mis dudas y resaltar la subjetividad del punto de vista hizo que las reacciones fuesen positivas, dejándome sin oponentes claros.

Y así es como se va todo a la mierda. ¿Para qué molestarse en argumentar si es más cómodo y civilizado relativizar el asunto y cerrar en empate? El problema es que si todos tenemos razón, la razón pierde sentido, y nos quieren hacer creer que es mejor así.

Estamos contemplando el comienzo del fin del criterio.
Démosle la bienvenida a la era del humo.



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La modestia es un defecto de la gente que se asume superior. Si uno sabe fehacientemente que es un pelotudo no hace falta ser modesto.

Ojo, no hay que confundir modestia con humildad. Reconocer las propias limitaciones es saludable, compensar inseguridades apelando a la condescendencia es miserable.

También está el caso de la gente que carece de autocrítica e indulgencia simultáneamente, pero mejor no perder el tiempo con eso.

Bancate ese defecto, cantaba hace tiempo un tipo sin modestia.


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No los quiero alarmar, pero parece que estamos cerca de la quiebra global. Fíjense acá: LINK.

Resulta que el mundo debe 57 trillones de algo, supongo que dólares. Mr. McKinsey no se molesta en aclararlo pero dudo que sean patacones o lecops.

Sabía que lo que sale de un bolsillo va a parar a otro, pero hasta ahora creía que todo eso pasaba dentro de los límites del planeta Tierra.

Una de dos: o esto es una prueba irrefutable de que hay vida extraterrestre que cada tanto nos presta unos mangos para ir tirando y ahora se nos complica devolverlos, o alguien nos está cagando.


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No señor. Es mentira que hablando se entiende la gente. Ojalá fuera tan fácil.

El lenguaje ayuda, pero hasta ahí nomás. En algún punto la razón se hace carne, y la carne manda.

Esa empatía inmediata o esa sensación de mierda que te queda rebotando después de un cruce no se resuelve con palabras. Se mastica, se traga o se escupe.

Vos hablá todo lo que quieras, pero la tripa siempre decide antes.