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Si me llega a escuchar María Fernanda (la de El Arte de la Elegancia de Jean Cartier) se muere. O se vuelve a morir, no sé si todavía está entre nosotros, tendría que fijarme en el coso de internet.

La cosa es así: estoy en condiciones de afirmar que la elegancia y el orden son dos conceptos sobrevalorados. No porque tengan poco valor, sino porque me parece que hay una confusión al respecto, un error de interpretación.

Se supone que la elegancia es un valor per se, una característica distintiva, sinónimo de clase y magnificencia. Y resulta que no, que en algún momento un grupete se puso de acuerdo para decidir que era elegante y que no, y si quedaste afuera te jodés, sory. O sea que entre Lady Gaga y un croto sólo hay semántica.

Con el orden pasa lo mismo. Cualquier hijo de vecino diría que si ponés una cosa al lado de la otra, de menor a mayor, de clarito a oscuro, está todo bien ordenado. Y no. Tampoco. Sory de nuevo. Fijate lo del mapa del genoma humano: las mentes más brillantes de nuestra era estuvieron años tratando de sacarle la ficha porque es un quilombo, pero a nadie se le ocurriría decir que tardaron mucho porque estaba todo desordenado.

También tengo un problema con la puntualidad, pero si te lo explico ahora no terminamos más.




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