Las historias de superación suelen ser parecidas.
Nunca falta el momento revelador, el punto de inflexión en que se toma conciencia profunda y se inicia el camino de redención, algo que interpretamos como una señal milagrosa e inequívoca del destino.
Puede ser una casualidad, una desgracia o una boludez, pero aunque el lento y doloroso proceso de cambio haya consumido meses, años o incluso décadas, a los laureles siempre se los lleva esa excusa.
La ilusión de epifanía pura y absoluta compacta el extenso y oscuro período de duda, cobardía y debilidad en un instante místico y sublime. Borra el rastro de nuestras miserias y nos hace creer que de ahora en más vamos a ser mejor que antes.
Y así es como empezamos a mandarnos cagadas nuevas, lo que no es poco.
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