Un hobby: ayudar a los necesitados. Un deseo: la paz
mundial.
Parece que cuando nos toca decirle al mundo qué queremos
somos todos la reina de la primavera dando el discurso arriba de un banquito
mágico que eleva nuestra estatura moral.
Y resulta que la moral siempre está más arriba que el culo
porque se trata de cómo deberían ser las cosas, no sobre cómo son. Entonces es
fácil: un par de enunciados indiscutibles y volvemos a la reconfortante
indolencia de siempre sintiéndonos la reencarnación de Nelson Mandela.
La ética, en cambio, es puro ahora. No hay fórmula posible,
exige una respuesta particular e inmediata para cada situación. Digamos que
está al ras del piso, o mejor dicho, que es el piso donde rebotamos después de cada
enunciado lleno de buenas intenciones que no podemos sostener con hechos. Y si
encima estás arriba del banquito el golpe es más duro.
Si se pudieran ver los moretones seríamos todos color
violeta.
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