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Madrugar no es mi fuerte, pero esa mañana estaba de buen humor. La temperatura era agradable y el sol pegaba de costado en la ventana que da a la calle, por eso la abrí.

Las persianas viejas son mañeras. La operación de desplegarlas por completo suele llevar unos minutos y hacer una serie de ruidos difíciles de ignorar, sin embargo la paqueta señora que estaba en la vereda a escasos centímetros de mi ventana no se inmutó. Siguió de espaldas como si nada mirando al pequeño perro hacer lo suyo. No pude ver su expresión en ese momento pero estoy seguro que era de orgullo.

Mi reacción fue espontánea y sincera: “Señora, por favor no haga cagar al perro acá”.

Su respuesta también: “¡Ay, que maleducado!”.

No recuerdo que pasó después. Sólo que la réplica ingeniosa se me ocurrió unos 20 minutos tarde mientras le cambiaba la yerba al mate. Tampoco la recuerdo. No importa.


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