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No es fácil andar por la vida derrochando alegría y buena onda. Por eso la gente demasiado simpática merece, por lo menos, un reconocimiento al esfuerzo.

El problema es que el contacto con este tipo de individuos provoca un inevitable desconcierto sensorial. Es como cuando el sol pega de frente y al breve fastidio inicial le sigue una sensación agradable y nos entregamos asumiendo que la luz y el calor no pueden ser malos.

Pero en algún momento sucede, tarde o temprano. En ese instante preciso en que la sonrisa se transforma en mueca, la ilusión se torna insostenible, la duda se instala, la pupila se contrae y empezamos a prestar atención a lo que estaba en la sombra.

Es un asunto de apertura y exposición, una ecuación fotográfica: mucha luz en poco tiempo quema el rollo.



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