Lo que no podemos evitar es que cualquier cosa que se diga
sea entendida como un comentario indirecto sobre el presente inmediato. Eso
pasa porque para ser medianamente funcionales necesitamos entender qué está
pasando ahora.
Entonces caemos en otra trampa, la de la interpretación.
Explicamos la crisis energética con una cita de Oscar Wilde,
comparamos un piquete en la 9 de Julio con la batalla de Stalingrado y terminamos
evaluando un comentario de Santo Biasatti como si el tipo fuera la reencarnación
de Sócrates (el griego, no el brasilero).
La razón se mezcla con el pensamiento mágico para formar un
engrudo de fe, deseos y convicciones que tapa momentáneamente la gotera pero no
para la lluvia.
Mientras tanto, como decía el filósofo Mártin Wullich, una
nueva hora comienza.
Y nos lleva puestos.
Y nos lleva puestos.
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